viernes, 22 de mayo de 2015

Alucine


 
Alucine

   De pronto, al estar viendo la tele, empecé a alucinar. Lo bueno que me di cuenta que era  una alucinación, de lo contrario me hubiera paniqueado. Vi cuando el conductor del programa, en lugar de estar dentro de la caja apendejadora, estaba sobre la mesita de centro entre mi sillón y la televisión. Mis papás voltearon a verme por mi escandalosa risa y, sobre todo porque me empecé a mover como cuando una persona tiene miedo. Recogí el cuerpo hasta meterme dentro del sillón, con las manos me sostenía, pues no sabía qué hacer por lo que estaba viendo.

   -- ¿Qué tienes? -- Preguntaron mis padres.

   -- Si les digo lo que estoy viendo, no me entenderían -- les respondí -- ustedes no pueden ver lo que yo estoy viendo.

   -- Al menos compártenos que es -- suplicaron.

   -- Estoy viendo al conductor encima de la mesita de centro, ja ja ja ja -- solté la carcajada.

   Mis padres voltearon a verse a los ojos. Les preocupaba mi situación, pues ya sabían que me estaba drogando.

   De pronto la televisión empezó a derretirse. La gente que estaba en el estudio televisivo empezó a salir del aparato, subieron a la mesita donde ya estaba el conductor. Todos los invitados se acercaron a la orilla de la mesita desde donde estaban viendo al aparato que se empezó a derretir como lo haría un metal para luego convertirse en mercurio que escurre cuesta abajo.

   -- ¡Pa´ su madre! -- Exclamé emocionada. Subí los pies al sillón -- ¡Padres! -- Grité histérica -- ¡Salgan rápido, esta madre se va a quemar! -- de pronto mi mente empezó a generar la visión de que lo fundido se alzaba como si un gran hormiguero se construyera solo; luego mi alucine lo tornó en geiser del cual salió humo sulfuroso llenando la sala -- ¡Corran! -- Grité despavorida -- ¡Váyanse, yo la voy a apagar sola! -- Luego empecé a volar como lo haría un ángel bajado del cielo. Con un manto protegí a la gente que estaba sobre la mesita para enseguida, de un soplo, apagar el pequeño volcán que amenazaba con destrozar toda la casa. El aparato de televisión tomó su forma original.

   Otro día, mis asustados padres me llevaron al psiquiátrico; nunca lo hubieran hecho, pues el especialista me encerró como una loca más del lugar.

   -- ¿Es que no entienden?, no estoy loca -- reflexionaba en voz alta -- sólo fue un alucine por un jarabe que me tomé al fugarme de mis problemas de frustración, resentimientos, incertidumbres, ira contenida, miedos, por no saber cómo encontrar una salida a mis emociones descontroladas.                              

   Desde el primer momento del ingreso de esta muchachita a una clínica de salud mental le empezaron a suministrar sedantes que lejos de bajarla de su viaje obligaron a sus neurotransmisores a separar la barrera de la cordura y el limbo, luego su cuerpo ya no produjo los aminoácidos que le controlaban el buen funcionamiento cerebral.

   El organismo, ahora si, sufrió un severo daño cerebral irreversible que la llevó a perderse en la última galaxia. Jamás volvió a ser la misma. Hoy día sus padres la sientan en el porche de la casa donde ve caer aerolitos que se impactan en la barda del vecino donde deja -- según su dicho -- piedras de oro enterradas en la construcción.

   Si los padres de familia, los amigos, compañeros de escuela o parranda supieran cómo funcionan los organismos ante una intoxicación etílica o por sedantes, no llevarían al alucinando ante cualquier médico porque muchas veces éstos no conocen las formas de cómo bajarlos de ese estado. Con medicamentos mal suministrados les provocan un daño definitivo, como en este caso que pudo ser evitado.

 

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