Un globito de “ais”
De pronto
escuché pisadas en el techo de la casa; empecé a generar en mi mente que me
querían hacer daño, salí corriendo por las calles. Me sobrepuse a la impresión
cuando ya me encontraba muy cansado. Le pedí a un amigo de un picap que me
diera un raite porque me querían matar. Me subí en la parte de atrás. Luego
empecé a generar el porqué me llevaba por calles oscuras. A lo mejor este es
uno de los que me quieren matar, pensé. Aquí me bajo compa, le grité. Luego
corrí despavorido calles abajo hasta que me encontré con una pareja que estaban
haciendo el amor arriba del carro. No me importó, les pedí de favor que me
llevaran a mi casa porque unos tipos me querían matar. Asustada la pareja me
subió al asiento trasero desde donde les empecé a preguntar que si a dónde me
llevaban. Se dieron cuenta que no andaba bien de mis facultades. Me bajaron en
la primera oportunidad.
Afortunadamente
pasó un conocido a quien le pedí un aventón, diciéndole vete por diferentes
calles porque me andan siguiendo para matarme. El compa le dio a su carro, pero
de pronto empecé a desconfiar de él y con un desarmador lo amenacé pidiéndole
que me llevara a mi casa. Calmado bato, me contestó, andas bien ondeado, bájale
que me puedes hacer daño. Me bajó frente a mi casa.
-- Papá -- grite despavorido -- dígale a
esos que andan arriba de la casa que se vayan -- mi papá empezó a llorar.
De unos días a los acontecimientos que nos
ocupan, el padre había empezado a notar que su hijo se comportaba en forma
extraña. Faltaba al trabajo. Se quedaba viendo el cielo de la casa por largos e
interminables minutos.
Sin que el protagonista de esta crónica se
diera cuenta, al momento de ver a su padre que se le salían las lágrimas, un
rayo interno le hizo ver su realidad. A veces lo escuchamos coloquialmente: “le
quitó lo pendejo”
-- ¿Quieres ayuda hijo? -- Preguntó el
padre.
-- Sí papá, pero dígale que se vayan, que no
me hagan daño -- suplicó.
Al platicar con un especialista se dio
cuenta que sería fácil dejar de drogarse; se prometió en ese instante ayudar a
su primo
que también andaba en la onda de
los globos de ice.
Cuando estuvo un tanto recuperado llevó a su
primo con el mismo especialista, pero el familiar no pudo entender de qué le
estaban hablando. A los días murió de una sobredosis.
Nuestro protagonista al descargar sus
experiencias recuerda que rentaba un cuarto de hotel donde veía películas
pornográficas fumando “ais”. Luego
empezaba a hacer maniaqueses hasta
que su mente le empezaba a generar la presencia de un grupo especial llamado
AFI -- ¿A qué horas entrarán por mí? -- Se preguntaba a cada rato. Luego veía
una víbora enorme color negra con manchas amarillas que intentaba entrar por
debajo de la puerta. El grito de la gente dentro del televisor le distraía de
su atención a la serpiente: “Ondeado, ondeado, ondeado”
Ha comprendido que debe buscar la raíz de su
mal; la fuente que le originó el comportamiento atolondrado. Una de las causas
pudo haber sido el que sus padres no sabían pedirle las cosas en forma
correcta. Por ejemplo, cuando le pedían un desarmador, les llevaba un
desarmador -- ¡Este no, puto!, el de pala -- les había llevado el de estrella.
Cuando le pedían un dado les llevaba un dado -- ¡Este no, pendejo!, el de
media, ¡eres un bueno para nada! -- siempre lo ninguneaban -- ¡Eres un bueno
para nada! -- se repetía --¡Pareces puto! -- estas palabras le taladraban el
cerebro.
El miedo y la mediocridad lo obligaron a
drogarse, pues sólo así su mente le generaba grandiosidades. Se veía como un gran
empresario, a veces como un productor de cine; otras un magnate petrolero,
gobernador, presidente de la República etcétera; hasta que la pérdida de la
cordura lo empezó a introducir en el Limbo.
Hoy ya no se ondea, pues ha captado que si
vuelve a caer, morirá como muchos inconscientes que pululan por ahí.
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