martes, 26 de mayo de 2015

Ondeado


 
Un globito de “ais

   De pronto escuché pisadas en el techo de la casa; empecé a generar en mi mente que me querían hacer daño, salí corriendo por las calles. Me sobrepuse a la impresión cuando ya me encontraba muy cansado. Le pedí a un amigo de un picap que me diera un raite porque me querían matar. Me subí en la parte de atrás. Luego empecé a generar el porqué me llevaba por calles oscuras. A lo mejor este es uno de los que me quieren matar, pensé. Aquí me bajo compa, le grité. Luego corrí despavorido calles abajo hasta que me encontré con una pareja que estaban haciendo el amor arriba del carro. No me importó, les pedí de favor que me llevaran a mi casa porque unos tipos me querían matar. Asustada la pareja me subió al asiento trasero desde donde les empecé a preguntar que si a dónde me llevaban. Se dieron cuenta que no andaba bien de mis facultades. Me bajaron en la primera oportunidad.

   Afortunadamente pasó un conocido a quien le pedí un aventón, diciéndole vete por diferentes calles porque me andan siguiendo para matarme. El compa le dio a su carro, pero de pronto empecé a desconfiar de él y con un desarmador lo amenacé pidiéndole que me llevara a mi casa. Calmado bato, me contestó, andas bien ondeado, bájale que me puedes hacer daño. Me bajó frente a mi casa.

   -- Papá -- grite despavorido -- dígale a esos que andan arriba de la casa que se vayan -- mi papá empezó a llorar.

   De unos días a los acontecimientos que nos ocupan, el padre había empezado a notar que su hijo se comportaba en forma extraña. Faltaba al trabajo. Se quedaba viendo el cielo de la casa por largos e interminables minutos.

   Sin que el protagonista de esta crónica se diera cuenta, al momento de ver a su padre que se le salían las lágrimas, un rayo interno le hizo ver su realidad. A veces lo escuchamos coloquialmente: “le quitó lo pendejo”

   -- ¿Quieres ayuda hijo? -- Preguntó el padre.

   -- Sí papá, pero dígale que se vayan, que no me hagan daño -- suplicó.

   Al platicar con un especialista se dio cuenta que sería fácil dejar de drogarse; se prometió en ese instante ayudar a su  primo  que  también andaba en la onda de los globos de ice.

   Cuando estuvo un tanto recuperado llevó a su primo con el mismo especialista, pero el familiar no pudo entender de qué le estaban hablando. A los días murió de una sobredosis.

   Nuestro protagonista al descargar sus experiencias recuerda que rentaba un cuarto de hotel donde veía películas pornográficas fumando “ais”. Luego empezaba a hacer maniaqueses hasta que su mente le empezaba a generar la presencia de un grupo especial llamado AFI -- ¿A qué horas entrarán por mí? -- Se preguntaba a cada rato. Luego veía una víbora enorme color negra con manchas amarillas que intentaba entrar por debajo de la puerta. El grito de la gente dentro del televisor le distraía de su atención a la serpiente: “Ondeado, ondeado, ondeado”  

   Ha comprendido que debe buscar la raíz de su mal; la fuente que le originó el comportamiento atolondrado. Una de las causas pudo haber sido el que sus padres no sabían pedirle las cosas en forma correcta. Por ejemplo, cuando le pedían un desarmador, les llevaba un desarmador -- ¡Este no, puto!, el de pala -- les había llevado el de estrella. Cuando le pedían un dado les llevaba un dado -- ¡Este no, pendejo!, el de media, ¡eres un bueno para nada! -- siempre lo ninguneaban -- ¡Eres un bueno para nada! -- se repetía --¡Pareces puto! -- estas palabras le taladraban el cerebro.

   El miedo y la mediocridad lo obligaron a drogarse, pues sólo así su mente le generaba grandiosidades. Se veía como un gran empresario, a veces como un productor de cine; otras un magnate petrolero, gobernador, presidente de la República etcétera; hasta que la pérdida de la cordura lo empezó a introducir en el Limbo.

   Hoy ya no se ondea, pues ha captado que si vuelve a caer, morirá como muchos inconscientes que pululan por ahí.

 

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